Si bien tiene una longitud de casi cuatro kilómetros, lo que realmente es bonito son los 600 primeros metros, los cuales transcurren por un frondoso bosque de robles, siguiendo el curso de un riachuelo del río Pereiro.

Una vez que se llega al mirador bajo los árboles la ruta casi se ha terminado, o al menos la parte más interesante. Hasta llegar allí te encontrarás con numerosos rincones llenos de magia.

Me encanta imaginar cómo sería cuando los molinos estaban llenos de vida, con las gentes de la zona yendo a moler su trigo y maíz.

Esa era una ocasión en la que aprovechaban para juntarse, charlar y por qué no, intercambiar unas tímidas palabras con el chico/chica de su agrado.

Ese mirador es un buen lugar para sentarse a meditar un rato mientras escuchas el sonido del agua caer desde el molino que se encuentra a pocos pasos.

Una vez visité el parque de Garajonay en la Gomera. Puede que la vegetación no sea de la Era Terciaria, pero esta pequeña ruta no tiene nada que envidiarle.
La respuesta era sencilla: arboles llenos de musgos y líquenes de todo tipo, una vegetación increíble, helechos que llevan años creciendo lentamente de todo eso aquí en Galicia tenemos de sobra. Y además decenas de tonos verde que nunca habrías imaginado, gracias a la lluviosa climatología.