Cuando llegas hasta su puerta te das cuenta de porqué los abades escogieron este maravilloso lugar.

Rodeados de naturaleza, aire puro, con un río cercano para proveer de agua, sin vecinos  en unos cuantos kilómetros, sólo acompañados por el sonido de los pájaros y de los árboles mecidos por el viento. 

Los abades acogían a todos los peregrinos que por entonces pasaban por la Vía de la Plata en la Baja Edad Media. Seguramente eran menos numerosos que hoy en día, pero al mismo tiempo más devotos. 

Quien sabe que secretos esconden sus paredes. Lo que sí es cierto es que cuando se realizaron las primeras excavaciones en los alrededores de la iglesia, a finales del S.XIX, se encontraron con una sorpresa. 

Había enterrado un esqueleto con una bolsa de monedas de oro. Es muy probable que muriera de alguna enfermedad contagiosa. De lo contrario no se entiende que se deshicieran de las monedas tan fácilmente.